El gobierno de sancho


   Aquí tenéis el enlace al Diccionario de la Lengua Española para buscar palabras que no entendáis.

   Antes de leer, pongámonos en situación:

  Desde que Sancho empieza a trabajar como escudero de don Quijote, este le promete contantemente que, algún día, lo nombrará gobernador de una "ínsula" (que significa, pequeño pueblo).

   Unos duques amigos de don Quijote, a los que les encanta reírse de sus locuras, deciden montar todo un teatro y hacer creer a Sancho que ha sido nombrado gobernador de un pueblo llamado "la ínsula Barataria". Sorprendentemente, Sancho demostrará ser un líder más inteligente de lo que imaginaban...

  TEXTO

   Sancho llegó con todo su acompañamiento o a una villa de unos mil vecinos, a la que llamaban <<la ínsula Barataria>>, tal vez por el barato con que se le había dado el gobierno al nuevo gobernador. Al llegar a las puertas de la muralla salieron los regidores a recibirle, tocaron las campanas y todos los vecinos dieron muestras de general alegría. El traje, las barbas, la gordura y la pequeñez del nuevo gobernador tenía admirada a la gente que no estaba al tanto de la burla.

Con mucha pompa llegaron a Sancho a la iglesia mayor para gracias a Dios y, con unas ridículas ceremonias, le entregara las llaves del pueblo y admitieron por gobernador perpetuo.

   De la iglesia lo llevaron al juzgado y los sentaron en la silla del juez, y el mayordomo del duque le dijo:

  - Es costumbre antigua en esta famosa ínsula que el nuevo gobernador responda a una pregunta dificultosa, de cuya respuesta el pueblo juzga su ingenio y, así, se alegra os entristece con su venida.

   Entretanto, Sancho miraba unas letras grandes que estaban en la pared de enfrente, y, como lo sabía leer, preguntó qué eran aquellas pinturas.

       - Señor, allí está escrito: <<Hoy, a tantos de tal mes y de tal año, tomó posesión desta ínsula don Sancho Panza, que muchos años la goce>>.

       -      ¿Y a quién llaman don Sancho Panza?

       -      A vuestra señoría - respondió el mayordomo.

       - Pues advertid, hermano, que ni yo tengo don, ni lo ha habido en todo mi linaje: Sancho Panza me llaman a secas, y Sancho se llamó mi padre, y Sancho mi agüelo, y todos fueron Panzas, sin dones ni donas. Pero basta: adelante con su pregunta, señor mayordomo.

   En ese instante entraron en el juzgado dos hombres, uno vestido de labrador y el otro de sastre, porque traía unas tijeras en la mano.

       - Señor gobernador - dijo el sastre -, este hombre llegó a mi tienda ayer, me puso un pedazo de paño en las manos y me preguntó si había bastante para hacer una caperuza. Yo le respondí que sí. Él debió de imaginar que yo le quería hurtar parte del paño, fundándose en la mala fama que tenemos los sastres, y me preguntó luego si el paño daba para dos caperuzas. Yo le adiviné el pensamiento y le dije que sí, y él fue añadiendo caperuzas, y yo añadiendo síes, hasta que llegamos a cinco caperuzas. Y ahora acaba de venir por ellas: yo se las doy, y no me quiere pagar el trabajo.

       - ¿Es todo esto así, hermano? - preguntó Sancho.

      - Sí, señor - respondió el labrador -, pero dígale que muestre las cinco caperuzas que me ha hecho.

       - De buena gana - dijo el sastre.

      - Y, sacando la mano de debajo de la capa mostró cinco caperuza expuestas en las cinco cabezas de los dedos de las manos, y dijo:

       - Aquí están las cinco caperuzas, y por Dios y en mi conciencia que no me ha sobrado nada del paño.

   Todos los presentes se rieron de la multitud de las caperuzas y de aquel raro pleito. Sancho se puso a considerar un poco, y dijo:

       - Me parece que este pleito hay que juzgarlo como haría un buen hombre. Y, así, mi sentencia es que el sastre pierda el dinero del trabajo, y el labrador el paño. Y no hay más.

   Esta sentencia provocó la risa de los presentes, pero al fin se hizo lo que mandó el gobernador. De inmediato se presentaron dos ancianos, uno con un bastón de caña y el otro sin bastón, el cual dijo:

   Señor, a este buen hombre le preste diez escudos de oro con la condición de que me los devolviera cuando se nos pidiese. Dejé pasar muchos días sin pedírselos, para no ponerle en un aprieto, pero, como se descuidaba en la paga, se los he pedido una y muchas veces, y no solamente no me los devuelve, sino que dice que nunca le presté los escudos, y que si se los preste, que ya me los ha devuelto. Si ahora jura ante vuestra merced que me los ha dado, yo se los perdono.

       - ¿Qué decís a esto, buen viejo del bastón? - preguntó Sancho.

       - Yo, señor, confieso que me los prestó, y si baja vuestra merced esa vara, juraría que se los he devuelto y pagado.

   Bajó el gobernador la vara, y el viejo que había de jurar le dio el bastón al otro viejo para que lo sostuviera mientras hacía el juramento, y luego puso su mano sobre la cruz de la barra del gobernador diciendo que era verdad que le había prestado los diez escudos pero que él los había devuelto con su propia mano. Al ver esto, el gran gobernador preguntó al acreedor qué respondía, y éste contestó que su deudor era buen cristiano, de modo que si había hecho el juramento es que le había devuelto los dineros y él se había olvidado. Y diciendo esto devolvió el bastón a su dueño, que salió del juzgado con la cabeza baja. Visto lo cual por Sancho, inclinó la cabeza sobre el pecho y, poniéndose el índice de la mano derecha sobre las cejas y las narices, estuvo como pensativo un pequeño espacio, y luego alzó la cabeza y mandó que llamasen al viejo del bastón. Cuando se lo trajeron, Sancho le dijo:

       - Dadme, buen hombre, ese bastón, que lo necesito.

       - De muy buena gana, señor.

   El viejo dio su bastón a Sancho, y Sancho se lo dio al otro viejo, y le dijo:

       - Andad con Dios, que ya estáis pagado.

       - ¿Yo, señor? ¿Acaso vale diez escudos de oro este bastón de caña?

       - Sí - dijo el gobernador -, o yo soy el más bobo del mundo. Y ahora se verá si tengo yo caletre para gobernar todo un reino.

   Y mandó que allí, delante de todos, se rompiese y abriese la caña. Se hizo así, y dentro de ella se hallaron diez escudos de oro. Quedaron todos admirados y tuvieron a su gobernador por un nuevo Salomón.

   Le preguntaron a Sancho cómo había sabido que los diez escudos estaban dentro de la caña, y respondió que lo sospechó al ver que el deudor le entregaba la caña al acreedor antes de jurar, por lo que podía decir en verdad que le había devuelto los ducados con su propia mano. Además él había oído contar al cura de su pueblo otro caso parecido, de todo lo cual se desprendía que Dios ayuda a los que gobiernan a tomar sus decisiones, aunque sean unos tontos. Así habló Sancho, y todos los presentes quedaron admirados de su buen juicio.

   Acabado este pleito, entró en el juzgado dando grandes voces una mujer que agarraba fuertemente a un hombre vestido de ganadero rico.

       - ¡Justicia, señor gobernador, justicia! – decía -. Señor Gobernador de mi ánima, este mal hombre me ha cogido en la mitad del campo y se ha aprovechado de mi cuerpo como si fuera un trapo mal lavado, y, ¡desdichada de mí!, me ha quitado lo que yo tenía guardado desde hace más de veinte y tres años, defendiéndolo de moros y cristianos, de naturales y extranjeros, mostrándome dura como un alcornoque.

   Sancho se volvió al hombre y le preguntó qué respondía a la querella de aquella mujer. El cual, todo turbado, contestó:

       - Señores, yo soy un pobre ganadero de cerdos, y esta mañana salí a vender cuatro puercos, con perdón sea dicho. Al volver, topé en el camino a esta buena mujer, y el diablo, que todo lo enreda, hizo que yaciésemos juntos. Le pagué lo suficiente, pero ella, descontenta, me agarró y no me ha soltado hasta traerme aquí. Dice que la forcé, y puedo jurar que miente. Y esta es toda la verdad, sin faltar nada.

   Entonces el gobernador le preguntó si traía consigo algún dinero, y él dijo que unos veinte ducados de plata en una bolsa de cuero. Sancho mandó que la sacase y se la entregase a la mujer. Él lo hizo temblando. La mujer tomó la bolsa y, haciendo mil reverencias, se salió del juzgado con la bolsa bien asida entre las manos. Apenas salió, Sancho dijo al ganadero, al que se le saltaban las lágrimas:

       - Buen hombre, id tras aquella mujer y quitadle la bolsa, aunque no quiera, y volved aquí con ella.

   Partió el hombre como un rayo, mientras todos los presentes quedaba suspensos, esperando el fin de aquel pleito. Volvieron enseguida el hombre y la mujer, más asidos y aferrados que la vez primera, ella con la bolsa envuelta en la saya, y el hombre luchando por quitársela, sin lograrlo, porque la mujer la defendía con todas sus fuerzas, y daba voces diciendo:

       - ¡Justicia! Mire, señor gobernador, la poca vergüenza de este desalmado, que en mitad de la calle me ha querido quitar la bolsa.

       - ¿Y os la ha quitado? - preguntó el gobernador.

       - ¿Quitármela? Antes me dejara yo quitar la vida que la bolsa. ¡Buena soy yo! ¡Ni con tenazas ni martillos me la sacarán de las uñas!

       - Tiene razón - dijo el hombre -, y yo me doy por rendido.

   Entonces el gobernador dijo la mujer:

       - Mostrad, honrada y valiente, esa bolsa.

   Ella se la dio, y el gobernador se la devolvió el hombre y dijo a la esforzaba, y no forzada:

     - Hermana mía, si el mismo aliento y valor que habéis puesto para defender esta bolsa lo hubiera mostrado en defender vuestro cuerpo, ni Hércules habría podido forzaros. Andar con Dios, y no paréis en esta ínsula, so pena de doscientos azotes. ¡Iros ya, charlatana, desvergonzada y embaucadora!

   Se fue la mujer, cabizbaja y descontenta, y entonces el gobernador dijo al hombre:

       - Buen hombre, andad con Dios. Y, de aquí en adelante, si no queréis perder vuestro dinero, que no se os antoje yacer con nadie.

   El hombre le dio las gracias y se fue, y los presentes quedaron admirados otra vez de los juicios y sentencias de su nuevo gobernador.

Fuente del segundo texto: Don Quijote de la Mancha (2004). Adaptación de Eduardo Alonso. Madrid: Vicens Vivens. Segunda parte, pág. 343-349.

Actividad 2. Ficha de lectura


   Después de leer el texto, rellenad esta ficha

   Las preguntas os van a ayudar a saber si habéis comprendido bien el texto y a ver cómo podéis construir vuestra noticia de radio (quién participa, cuál es el conflicto que hay que presentar, etc.).

   Acceded a la ficha pinchando aquí.

 

El gobierno de Sancho

 

 

 

¿Qué es lo que está haciendo Sancho? ¿Por qué acude gente a verlo?

 

 

 

Según sus súbditos, ¿es Sancho un buen y mal gobernador?

 

 

 

¿Por qué la gente se sorprende por las decisiones de Sancho?

 

 

 

 

¿Qué personajes participan en esta aventura?

 

 

¿Qué papel cumple cada uno?

 

 

¿Cuál es el tema central?

 

 

En el texto, se cuentan hasta tres problemas que Sancho tiene que resolver.

Indicad cuáles son y resumidlos muy brevemente.

 

1.        

2.        

3.